«Esto es delicioso, leer es delicioso«, así me respondió don Joaquín – mi personaje del día-, luego de que le pidiera permiso para hacerle una foto con el único argumento de que se veía muy lindo ahí sentado leyendo, en la ventana de una antigua casa monteriana, con su sombrero puesto y su bastón a su derecha.
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Mi intención era hacerlo protagonista de mi fotografía sin que él lo notara, hacer una toma desprevenida -de esas que tanto me gustan, aclaro, no me creo fotógrafa, simplemente disfruto congelar en imágenes todo aquello que a mi parecer es bonito, interesante o divertido-, pero, don Joaquín advirtió mi presencia, entonces le dije con una sonrisa de oreja a oreja -como para que no tuviera ocasión de negarse-, que me permitiera tomarle una foto, a lo que don Joaquín, mientras con una sola mano infructuosamente intentaba abotonar su camisa para lucir mejor presentado, divertido accedió sin inconveniente alguno y hasta agradeció mi interés, el tipo de agradecimiento sincero que conmueve.
Me contó que tiene una extensa colección de libros en su biblioteca personal, que ahora estaba leyendo: «El día más largo«, para mi sorpresa, un libro a cerca la segunda guerra mundial, pues, coincidencialmente, conocer sobre este hecho trascendental de la historia de la humanidad a través del enfoque de diferentes autores, siempre ha despertado mi interés, así que de inmediato me sentí identificada y como para crear empatía le hablé de algunos ejemplares que he leído acerca del tema. Le dije a don Joaquín que me parecía excelente ver gente leyendo en cualquier momento, en cualquier lugar, así como él, que encontró en un corredor frente a la avenida primera el sitio propicio para disfrutar su lectura, sin importar que fuera la una de la tarde, justo la hora en que el sol parece estar más bravo, como decimos en Montería.
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«Es que hoy en día los jovenes no quieren leer» le dije a don Joaquín con evidente preocupación, y fue cuando me dijo entre risas y con aquél gozo del que sólo es poseedor quien convierte la lectura en un hábito, en un estilo de vida: «¡Esto es delicioso!»… Finalmente tomé las fotos, intercambié elogios con este señor tan simpático, nos presentamos al final con un fuerte apretón de manos, le di las gracias por su tiempo y por haber sido mi modelo y, me despedí.
Me hubiera gustado quedarme más tiempo para conocer muchas de las historias fascinantes que seguramente guardan detrás de su experiencia y sus años de vida, seres humanos reales, personas cálidas, genuinas, que invitan a la buena conversación, a través de la cual, uno se da cuenta de que todo el aprendizaje que hasta ahora va adquiriendo, es obvio para individuos que como don Joaquín reposan sobre la etapa de su vida en que lo han vivido todo.
Estoy segura de que en cada rincón de Montería, hay muchos «don Joaquines«, gente linda de pueblo, gente hecha de ese material que ya no sale, gente que escribió la historia de nuestra amada tierra tan sólo por el hecho de haber echado raíces y frutos en ella, gente que inspira respeto por el simple hecho de llevar en la sangre el amor por el Sinú.